UNA MARCA PARA SIEMPRE
Basado en hechos reales (Afganistán), 2004
Hasta el momento, Isaac Montoya no estaba interesado en representar en su obra ningún lugar en concreto para desmarcarse así de lo anecdótico y de la instantánea, tan habituales en la tradición pictórica y fotográfica. Pero en esta ocasión incluye, a modo de “Disfrute nuestra semana fantástica en la India o la China …”, pistas geográficas que enfatizan las contradicciones y los conflictos de lo allí representado. Datos que el espectador debe ir hilvanando en el proceso crítico de su interpretación. Nos referimos a Basado en hechos reales (Ruanda, Angola) (2003), un conjunto de cuatro obras cuya idea es la de proporcionar la relectura crítica de una realidad que, habitualmente, se nos presenta a través de un sistema de signos inmediatamente reconocidos. De repente, esa realidad archivada en el inconsciente y despojada de cualquier contenido por la familiaridad de su significado, torna sorpresa y extrañamiento. El visitante se siente afectado por lo excepcional del contexto en el que interactúan dichos personales. Modelos cercanos, con ropas y gestos estudiados, extraídos de cualquier catálogo de moda o publicidad de última generación, se hallan insertos en lugares y situaciones de desgracia, violencia, éxodo e injusticia que tendemos a relacionar rápidamente con la otredad de geografías lejanas.
Mónica Sánchez-Arguiles
Paraísos Paralelos
En la serie “Basado en hechos reales”, partiendo de acontecimientos reales dramáticos, ocurridos en distintos puntos del globo y que ya forman parte del acervo mediático colectivo, tras su manipulación, traslada la impunidad con que la comunicación se produce a través de canales ya abiertos, de manera que así se produce la inoculación de mensajes infectados a través de los conductos de suero habilitados con fines presuntamente benéficos. El destinatario permanece ignorante a esta perversidad “informativa”, puesto que ha depositado su confianza en unos medios, y sobre todo en unos formatos de información que ha adoptado como mecanismos internalizados, como secuencias recurrentes de digestión y proceso para la incorporación de datos del exterior. No cuenta ya con cortafuegos para atajar la invasión a través de esos canales de confianza, así que su manipulación es una forma segura de conquista. Todo ello lo pone Montoya de manifiesto con la transmutación de los modelos y la imaginería de las escenas trágicas que sirven de marco de referencia, transmutación que se produce hacia el mundo de la publicidad o del cine (es decir, hacia el lenguaje primario de nuestro complacido y feliz primer mundo). La crueldad de las escenas naturalmente persiste, pero ahora, con el acabado publicitario, se da la paradoja añadida de que en apariencia se nos está vendiendo esa violencia como si debiéramos entender, a raíz del formato en que el mensaje es transmitido, que aquello es envidiable y contiene “glamour”. El efecto es demoledor, y tras el análisis de Montoya es difícil continuar con la “jornada de puertas abiertas” hacia la publicidad en que se han convertido nuestras vidas.
Asun Clar / Carlos Jover
Las imágenes sólo mienten cuando pretenden no mentir